lunes, 21 de mayo de 2007

Aprender o enseñar, esa es la cuestión

Estaba que lo escribía desde hace unas semanas. Aseguran que la autoridad la da la experiencia, según la autoridad a que se refiera. El caso es que leí un artículo escrito por una profesora en el blog de una prestigiosa entidad universitaria, artículo que versa sobre la enseñanza de las ciencias y que tocó con mas de un dedo en lo que me apasionó durante un par de decenas de años en mi profesión de ese entonces: Instructor y asesor técnico pedagógico del primer y principal órgano de formación profesional del país. A esa lectura se le suma la del titulado por El Tiempo como “Aunque cada persona aprende a su manera, hay 20 claves para que el proceso sea más rápido”.

Esa experiencia, me dije, me da la autoridad para opinar en bien de una de las profesiones que exige extrema atención del Estado, menos academismo, más aplicaciones prácticas, menos política y más, muchísima más vocación.

Pues bien, en el primero de ellos, “Qué enseño cuando enseño ciencias”, titulado así por su autora Myriam Beltrán Castro de la UNAD en la ciudad de Pitalito y tomado sin comillas del primer capítulo del libro de la pedagoga argentina Laura Fumagalli: “El desafío de enseñar ciencias naturales: educación media”, con la colaboración de Sara Aldabe Bilmes, Laura Lacreu y Jorge Sztrajman, edición de 1997. Lectura que en un comienzo me atrajo cuando dice que “…se constituye (el artículo), más bien, en un espacio reflexivo para que todos los docentes y tutores nos formulemos esta pregunta y le demos respuestas según nuestro quehacer profesional: ¿Qué enseño cuando enseño ciencia?”

Aunque está claro que la Fumagalli y sus coautores se refieren a las ciencias naturales en la educación media EN LA ARGENTINA y que el máximo problema planteado reside –para decirlo en palabras menos doctas y académicas- en que lo aprendido no siempre corresponde a lo enseñado y que lo enseñado a su vez se distancia de la ciencia adoptada por los currículos, la realidad es que los docentes en su gran mayoría parece que se empeñaran en mantener la brecha de lo que Chevallard llamó “La transposición didáctica: del saber sabio al saber enseñado”, autor éste último que también invoca la articulista Beltrán Castro.

El escrito de la unadista es sumamente interesante por lo reflexivo en su deseo por insinuar la permanente y actualizable apertura intelectual de sus docentes y monitores. Es cuando se debe entender que el esfuerzo diario por acercar la ciencia docta a los resultados del aprendizaje debe residir en dos vías: desde más allá de los currículos oficiales hacia el docente y de éste hacia los alumnos con todas las etapas y complejidades que alcanzar un objetivo pedagógico conlleva. Enfatizo que desde más allá de los currículos por cuanto éstos hoy en día, con la velocidad de los hallazgos científicos, dejan de ser los marcos únicos e infranqueables para convertirse en simples referentes pedagógicos. Referentes pedagógicos que en una vocación responsable exigen del docente el esfuerzo personal, mas no exclusivamente oficial estatal, por su actualización y modificación de sistemas arcaicos de enseñanza-aprendizaje. Bien remata ella al repetir al final de su escrito la pregunta con que lo tituló. Su artículo completo lo podrá leer si hace clic aquí.

Mas mi interés al escribir estas ideas no reside únicamente en la responsabilidad del docente relacionada con la brecha expuesta por Chevallard si no en la sistemática repetición del verbo enseñar. Puede ser una terquedad mía, los académicos y profesores gozarán poniéndome sus tacones en la nuca, pero mientras me desempeñé como asesor pedagógico combatí el enseñar y lo que ello conlleva. Siempre consideré el enseñar como el peor vicio pedagógico en donde el aprendizaje del conocimiento acertado o interesado socialmente se da exclusivamente en una sola vía: de docente al alumno, tipo tablas de multiplicar que aprendimos millones de mi generación y anteriores. “Lo que yo se, tú lo debes aprender y serás bueno en la medida de lo que ME aprendas” parecía ser el aforismo desde la colonia en ciencia y religión. Jamás acepté que los alumnos fueran una copia al carbón de la sapiencia del profesor. Sapiencia discutible ante la mediocridad inocente o consentida. Mediocridad no en sentido despectivo si no cuantificada en términos medios. “Hoy les voy a enseñar…” me parece un insulto a la capacidad intelectual del supuestamente ignorante y un desconocimiento de los aprendizajes previamente adquiridos.

Me dirán que cómo me atrevo a señalar o corregir a eminencias licenciadas en pedagogía que utilizan ese término en sus obras, conferencias y comunicaciones. Les respondo que en su época fue valedero que enseñaran, mas en este tiempo el rol de quien enseña –docto, catedrático, profesor mas no maestro- se ha cambiado por el de orientador de procesos de aprendizaje. Mediante una juiciosa planificación desde la definición de un objetivo final hasta su evaluación para verificar el intelectual u operativo cambio de conducta (aprendizaje), pasando por la motivación y las estrategias para la transmisión y fijación de conocimientos en la memoria permanente, estrategias que involucran objetivos intermedios y su verificación, materiales a utilizar impresos o audiovisuales sin descuidar la psicopedagogía y la dinámica de grupos. Es en la escogencia juiciosa de las estrategias en donde a mi criterio de años reside la amplitud universal del aprendizaje. Así logré inculcarles a decenas de docentes a mi cargo la gran responsabilidad de ser orientadores apartándolos de ser sujetos “enseñadores”. A mí me enseñaron de niño el Padre Nuestro, pero sólo ya casi de viejo aprendí lo que realmente significa.

Fotografías: Estudiante en banca por Linda en Flickr. Escritorio estudio, por Mr. Chenko, en Flickr.

1 comentarios:

Don Jorge dijo...

Con gusto transcribo mensaje recibido de don Roberto Castro en los Estados Unidos y a quien agradezco su gentileza: Hoy colocamos un enlace a su blog en Radio Sur Net. El suyo es un esfuerzo importante que merece todo nuestro apoyo.
Cordial saludo,
Roberto

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