martes, 1 de mayo de 2007

Cuando los recuerdos se vuelven tristes


Dicen que contar historias es un recurso propio de los viejos. No podía de otra manera escribirse la historia cuando los años decantan las pasiones y se desdibuja aquello de que la historia la escriben los vencedores. La llamada edad de la sabiduría, con su pensar pausado y reposado, hace que los hombres conviertan la soberbia en humildad, el odio en perdón y el rencor en indiferencia. La vida adquiere una visión reposada, tranquila y casi intrascendente. Y cuando quien cuenta la historia tiene a su favor el haberla vivido, no sabe cómo contarla para que en ella no se patentice el dejo de la nostalgia.

Mas que le puedo hacer si a la mía la invade el recuerdo de lo trágicamente perdido aunque en mi vida me haya engañado de ser insensible al sentimentalismo. Es que cuando hechos y personas marcan hitos en la historia de la historia y en la vida de los seres, no puede ser de otra forma. O quizá sea mejor relatar hechos para que otros la escriban.

No se cómo en ese 1963 llegué a estas tierras del sur del Huila, pero sí sabía a qué: presentarme a examen para aspirar al cargo de locutor. Me decían que muchos fueron los rechazados por el alcalde de la municipalidad quien se desempeñaba como Gerente de la recien fundada emisora por el clan Castro-Polanía. Era casi el medio día en un clima envidiable, templadamente soleado, en donde fácilmente adiviné la curiosidad y casi regocijo de la gente al ver cómo su calle principal -la Calle Real- era pavimentada.

Darío Silva Silva fue guía quien casi de la mano me llevó a un viejo caserón con pisos de tablas crujientes apodado "Palacio Municipal". Allí conocí al hombre: calvicie incipiente, piel blanca europea con cierto predominio rojizo, alto de estatura (Redundo "de estatura" por que aún no conocía la altura de su cultura) y voz que desde entonces me convenció de su autoridad. Le adornaban unos anteojos de lentes grandes en montura plástica y gruesa, como se estilaba en esos años 60 y le acompañaba un cigarrillo President de filtro.

- Le presento a "Mano Pola", Alcalde de Pitalito y Gerente de Radio Sur.
Con su sonrisa habitualmente inquieta y ojillos de oriental, Darío Silva me presentó así al personaje: Héctor Polanía Sánchez. Acto seguido la terminó:
- Este es Jorge Chaparro, locutor de Radio Neiva, Radio Garzón, La Voz del Huila y Armonías del sur y bachiller como pocos locutores (Mas otros adornos).

Todavía no existía en Neiva Radio Colosal en donde Darío y yo trabajamos luego de una prolongada estadía en Radio Sur. Las emisoras que más se escuchaban en Pitalito eran Radio Neiva, especialmente por su noticiero Neiva al Día dirigido por otra de esas figuras poco repetibles en el medio, don Gustavo Hernández Riveros, y la musical y noticiosa "Aquí y en todas partes, Radio Santafé" desde Bogotá. Allí las escuchábamos en el viejo radio de ojiva catedralicia en el café de Chepe Peña. Radio Sur debía meterse en ese nicho que sin abusar de su asegurada audiencia por regionalismo, debía comenzar a marcar pautas de cultura popular. Cultura que ya estaba incrustando Manopola según sus gustos europeos en los laboyanos "círculos intelectuales".

- Vamos a la emisora, Chaparro. -Dijo mientras tomaba del escritorio su cigarrillo, que casi siempre estaba en la comisura de sus labios, y el "radio transistor" de aquellos tiempos y lejos de la miniaturización de estos días.

Desde entonces siempre fuí para don Héctor, "Chaparro" como si mi nombre no le existiera. Al llegar al andén del Palacio Municipal, mejor conocido como la Alcaldía, dos cosas me llamaron la atención: una, pequeños manojos de hierba verde aún crecían al borde del anden bastante alto; la otra, la vestimenta de obrero del señor alcalde pues calzaba botas tobilleras de gamuza con zuela plástica de las de "Raimundo y todo el mundo", mas pantalón de dril del color que llamaban caky y camisa gruesa de manga larga. Generalmente así enmarcaba su figura en el trajín diario.

El camino a la emisora no fue largo en cuyas dos cuadras cortas de recorrido urgó repetidamente el cemento fresco de la mezcla recién volcada y vibrada en la calle, como queriendo comprobar algo. Lo hacía con una vara a manera de bastón, que no necesitaba. Así supe el por qué de sus zapatos. Era un hombre de acción.
Al segundo piso de la emisora se llegaba por una escalera de madera en su sentido más primitivo, que conectaba el andén con la ventana que hacía las veces de puerta de entrada. Mas corto y breve: Se entraba por la ventana del segundo piso. Y al entrar, allí estaba lo que enmarcaría por el resto de mi vida, una de mis dos grandes pasiones. Una, ya feneció,pero la otra aún hoy permanece: LA EMISORA. Entenderá, entonces, el lector por qué de mi relato en esta fecha en que pocos recuerdan a don Héctor Polanía Sánchez.

A veces la historia es cruel por coincidente. Cruel en el sentido de que desgarra los acontecimientos que antes compartían la simbiosis de la unicidad. Darío Silva, de intelectualidad literaria, memoria prodigiosa y casi curtido hombre de radio; Don Héctor, de vasta cultura, político, internacionalista y extraodinario sentido común que le daba la autoridad de llamar "al pan pan y al vino vino"; y yo, cerrando la tripleta, con mis locos 25 años de edad y por loco totalmente independiente sin compromisos sentimentales ni familiares, dedicado a producir radio sin amilanarme frente a esas dos porras. En esa disparidad algo nos unía: el perfeccionismo. Ni una coma mal puesta, ni un minuto de adelanto, ni la mas mínima rayadura en un disco, ni... ni un adjetivo calificativo a un funcionario en una noticia "para después no tener que arrepentirse" según una de las máximas periodísticas de Don Héctor (¡Pero cuando no le pisaban los callos!).

Los destinos abrieron los caminos de Don Héctor, de Darío y el mío. Manopola salió de lo que él llamó su vida pastoril en el Valle de Laboyos saltando a la palestra política para emberracarse en el Senado cada vez que fuera menester; Darío Silva volvió a la radio en Neiva, llegó a la televisión colombiana y por aquellos birli birloques de la política no siempre santos le mamó gallo a la muerte y se convirtió en pastor cristiano. Y yo... Aquí me detengo y pienso. Es otra historia, muy larga historia que un día escribiré para que algún David Sánchez Juliao remede un novela casi al estilo del Tom Sawyer o Huckleberry Finn de Mark Twain. Eso ahora no importa.

Desde 1963 al 2001 pasaron 38 años en nuestra historia cuando nuevamente, ya pensionado, dirigía los destinos de Radio Sur en el cuarto piso de la entonces Clínica María Auxiliadora. Una nueva punzada hería con dolor los sentimientos de su hermana doña Fanny Polanía de Castro cuando en un día como éste primero de mayo en que escribo y un poco antes de esta hora de la tarde, un desgarrador grito de dolor ascendió desde la contigua casona en que don Héctor recreó su soledad entre libros, música, artesanías, cuadros y perros.

Jamás lo olvidaré. Alguien me lo dijo de inmediato desconectando mi cerebro por el impacto: "Mataron a Don Héctor". No hubo lágrimas, pero mi pecho vibró en espasmos contenidos.

Hoy, a mis 68 años de edad, aún escucho:
- "Vamos a la emisora, Chaparro"
En recuerdo de quien admiré en vida.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé cómo calificar su escrito Jorge, no sé si es crónica o relato, lo que sí sé es que es sobrecogedor y muy exacto. Es gratificante comprobar, todos los días, lo significativo que fue ese hombre para quienes lo conocieron… O lo amaban o lo odiaban, como dijo el Maestro Valencia de Laureano. Contraste hecho frente a tanto insignificante bisoño que se aventura, por obra y gracia de la democracia, por las lides del mando y solo improvisan. Héctor Polanía no se preguntaba “el poder para qué”, lo ejercía a fe. Faltan homenajes a Manopola, el suyo es muy diciente y completo y sencillo. Otros hay que no los merecen, y remiten al romancero: “En tiempos de bárbaras naciones, colgaban de la cruz a los ladrones; pero ahora, en el siglo de las luces, del pecho del ladrón cuelgan las cruces”.
NICOLAS POLANIA TELLO