domingo, 27 de mayo de 2007

La pintura de Filomeno Hernández

Pitalito, Garzón y La Plata son los tres grandes polos de desarrollo en el departamento de Huila, cada uno con su idiosincrasia, definida agrupación geográfica municipal y valores culturales. Aunque la aspiración de Pitalito es ser la capital de la Región Sur Colombiana, su primer paso es serlo pero de la Región Sur Huilense. Por ello este blog tiende, desde su encabezamiento, a ese propósito que permanentemente refuerzo cada vez que tengo conocimiento de un hecho o personaje que aporta imagen a tal pretención.

El personaje que les presento aquí es el pintor y escultor FILOMENO HERNÁNDEZ

Filomeno Hernández

Artistas de la pintura y cultores de la poesía de nuestro terruño regional han pasado por las páginas de este blog: Rubén Ordóñez Ortega y Luis Alfonso Triana Perdomo, en la poesía con sendos artículos en el mes de marzo, recordando al primero en el Día Mundial de la Poesía y presentando la reciente obra del segundo en el mismo día en que fue entronizada en la Biblioteca Muncipal de la capital del Huila; Gustavo Fernando Facundo, Eduardo Meneses Claros, Pedro Pablo Cabrera, Milton Morales Grillo, Geovanny Rojas Mosquera y Mario Ayerbe González son algunos de los pintores acogidos en el Museo del Arte Vial en la carretera Pitalito-San Agustín, cuyas obras representativas he venido exponiendo en este blog. Forman ellos parte casi minúscula de la pléyade cultural con asiento en nuestro Valle de Laboyos, junto a cultores de otras disciplinas como el teatro, la literatura y las artes plásticas.

FILOMENO HERNÁNDEZ otro de nuestros valores en el campo de la pintura quien junto a Milton Morales Grillo exalta en el exterior el nombre de Colombia, y con orgullo para nosotros, el de nuestro departamento del Huila.

Su profesión como artista de la pintura y la escultura la viene cultivando desde 1978 en Neiva a través de gran número de exposiciones con reconocimientos de orden nacional e internacional. Filomeno, quien reside en Fribourg, Suiza, es oriundo de Suaza departamento del Huila, Colombia, cuya municipalidad le confirió en 1984 la Medalla de Honor al Mérito. Al año siguiente el escritor y poeta argentino Norberto Gimelfarb le rindió homenaje con su libro “31 impresiones sobre la obra de Filomeno Hernández.

Poetas colombianos y de Argentina han visto en el pintor y escultor huilense motivo suficiente para rendirle tributo a su obra unas veces surrealista que recuerda a Salvador Dalí y otras veces erótica, plano este del que no se pudieron sustraer ni aún artistas de la talla de PabloPicasso. El homenaje lo recibió en 1987 de los poetas Jota Mario, Juan Manuel Roca, Guillermo Martínez, Antonio Correa y Norberto Gimelfard.

Otros homenajes y reconocimientos que ameritan su hoja de vida, los recibió de la Universidad Surcolombiana en Neiva de parte del Concejo Superior en 1987, así como del Colegio Vocacional del Huila. En 1996 se recuerda la Orden José Eustacio Rivera otorgada por la fundación Tierra de promisión en Neiva, Colombia. En el concierto artístico internacional le figura a nuestro artista huilense el haber recibido el Diploma de Honor conferido por la 8ª Exposición Internacional de Pintura y Escultura de Roma.

Suficientes méritos para sentirnos orgullosos de mostrarlo al mundo y a Colombia como parte del acervo cultural del departamento del Huila.

Desde este OBSERVATORIO invito a los lectores a la exposición de sus obras en el mes de agosto, días 2 y 3 en el Salón Huila Café.

Agradecimiento a Dainny Hernández, sobrina del pintor y escultor, el suministro de los datos y fotografías de algunas de las obras del huilense Filomeno Hernández

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lunes, 21 de mayo de 2007

Aprender o enseñar, esa es la cuestión

Estaba que lo escribía desde hace unas semanas. Aseguran que la autoridad la da la experiencia, según la autoridad a que se refiera. El caso es que leí un artículo escrito por una profesora en el blog de una prestigiosa entidad universitaria, artículo que versa sobre la enseñanza de las ciencias y que tocó con mas de un dedo en lo que me apasionó durante un par de decenas de años en mi profesión de ese entonces: Instructor y asesor técnico pedagógico del primer y principal órgano de formación profesional del país. A esa lectura se le suma la del titulado por El Tiempo como “Aunque cada persona aprende a su manera, hay 20 claves para que el proceso sea más rápido”.

Esa experiencia, me dije, me da la autoridad para opinar en bien de una de las profesiones que exige extrema atención del Estado, menos academismo, más aplicaciones prácticas, menos política y más, muchísima más vocación.

Pues bien, en el primero de ellos, “Qué enseño cuando enseño ciencias”, titulado así por su autora Myriam Beltrán Castro de la UNAD en la ciudad de Pitalito y tomado sin comillas del primer capítulo del libro de la pedagoga argentina Laura Fumagalli: “El desafío de enseñar ciencias naturales: educación media”, con la colaboración de Sara Aldabe Bilmes, Laura Lacreu y Jorge Sztrajman, edición de 1997. Lectura que en un comienzo me atrajo cuando dice que “…se constituye (el artículo), más bien, en un espacio reflexivo para que todos los docentes y tutores nos formulemos esta pregunta y le demos respuestas según nuestro quehacer profesional: ¿Qué enseño cuando enseño ciencia?”

Aunque está claro que la Fumagalli y sus coautores se refieren a las ciencias naturales en la educación media EN LA ARGENTINA y que el máximo problema planteado reside –para decirlo en palabras menos doctas y académicas- en que lo aprendido no siempre corresponde a lo enseñado y que lo enseñado a su vez se distancia de la ciencia adoptada por los currículos, la realidad es que los docentes en su gran mayoría parece que se empeñaran en mantener la brecha de lo que Chevallard llamó “La transposición didáctica: del saber sabio al saber enseñado”, autor éste último que también invoca la articulista Beltrán Castro.

El escrito de la unadista es sumamente interesante por lo reflexivo en su deseo por insinuar la permanente y actualizable apertura intelectual de sus docentes y monitores. Es cuando se debe entender que el esfuerzo diario por acercar la ciencia docta a los resultados del aprendizaje debe residir en dos vías: desde más allá de los currículos oficiales hacia el docente y de éste hacia los alumnos con todas las etapas y complejidades que alcanzar un objetivo pedagógico conlleva. Enfatizo que desde más allá de los currículos por cuanto éstos hoy en día, con la velocidad de los hallazgos científicos, dejan de ser los marcos únicos e infranqueables para convertirse en simples referentes pedagógicos. Referentes pedagógicos que en una vocación responsable exigen del docente el esfuerzo personal, mas no exclusivamente oficial estatal, por su actualización y modificación de sistemas arcaicos de enseñanza-aprendizaje. Bien remata ella al repetir al final de su escrito la pregunta con que lo tituló. Su artículo completo lo podrá leer si hace clic aquí.

Mas mi interés al escribir estas ideas no reside únicamente en la responsabilidad del docente relacionada con la brecha expuesta por Chevallard si no en la sistemática repetición del verbo enseñar. Puede ser una terquedad mía, los académicos y profesores gozarán poniéndome sus tacones en la nuca, pero mientras me desempeñé como asesor pedagógico combatí el enseñar y lo que ello conlleva. Siempre consideré el enseñar como el peor vicio pedagógico en donde el aprendizaje del conocimiento acertado o interesado socialmente se da exclusivamente en una sola vía: de docente al alumno, tipo tablas de multiplicar que aprendimos millones de mi generación y anteriores. “Lo que yo se, tú lo debes aprender y serás bueno en la medida de lo que ME aprendas” parecía ser el aforismo desde la colonia en ciencia y religión. Jamás acepté que los alumnos fueran una copia al carbón de la sapiencia del profesor. Sapiencia discutible ante la mediocridad inocente o consentida. Mediocridad no en sentido despectivo si no cuantificada en términos medios. “Hoy les voy a enseñar…” me parece un insulto a la capacidad intelectual del supuestamente ignorante y un desconocimiento de los aprendizajes previamente adquiridos.

Me dirán que cómo me atrevo a señalar o corregir a eminencias licenciadas en pedagogía que utilizan ese término en sus obras, conferencias y comunicaciones. Les respondo que en su época fue valedero que enseñaran, mas en este tiempo el rol de quien enseña –docto, catedrático, profesor mas no maestro- se ha cambiado por el de orientador de procesos de aprendizaje. Mediante una juiciosa planificación desde la definición de un objetivo final hasta su evaluación para verificar el intelectual u operativo cambio de conducta (aprendizaje), pasando por la motivación y las estrategias para la transmisión y fijación de conocimientos en la memoria permanente, estrategias que involucran objetivos intermedios y su verificación, materiales a utilizar impresos o audiovisuales sin descuidar la psicopedagogía y la dinámica de grupos. Es en la escogencia juiciosa de las estrategias en donde a mi criterio de años reside la amplitud universal del aprendizaje. Así logré inculcarles a decenas de docentes a mi cargo la gran responsabilidad de ser orientadores apartándolos de ser sujetos “enseñadores”. A mí me enseñaron de niño el Padre Nuestro, pero sólo ya casi de viejo aprendí lo que realmente significa.

Fotografías: Estudiante en banca por Linda en Flickr. Escritorio estudio, por Mr. Chenko, en Flickr.

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martes, 1 de mayo de 2007

Cuando los recuerdos se vuelven tristes


Dicen que contar historias es un recurso propio de los viejos. No podía de otra manera escribirse la historia cuando los años decantan las pasiones y se desdibuja aquello de que la historia la escriben los vencedores. La llamada edad de la sabiduría, con su pensar pausado y reposado, hace que los hombres conviertan la soberbia en humildad, el odio en perdón y el rencor en indiferencia. La vida adquiere una visión reposada, tranquila y casi intrascendente. Y cuando quien cuenta la historia tiene a su favor el haberla vivido, no sabe cómo contarla para que en ella no se patentice el dejo de la nostalgia.

Mas que le puedo hacer si a la mía la invade el recuerdo de lo trágicamente perdido aunque en mi vida me haya engañado de ser insensible al sentimentalismo. Es que cuando hechos y personas marcan hitos en la historia de la historia y en la vida de los seres, no puede ser de otra forma. O quizá sea mejor relatar hechos para que otros la escriban.

No se cómo en ese 1963 llegué a estas tierras del sur del Huila, pero sí sabía a qué: presentarme a examen para aspirar al cargo de locutor. Me decían que muchos fueron los rechazados por el alcalde de la municipalidad quien se desempeñaba como Gerente de la recien fundada emisora por el clan Castro-Polanía. Era casi el medio día en un clima envidiable, templadamente soleado, en donde fácilmente adiviné la curiosidad y casi regocijo de la gente al ver cómo su calle principal -la Calle Real- era pavimentada.

Darío Silva Silva fue guía quien casi de la mano me llevó a un viejo caserón con pisos de tablas crujientes apodado "Palacio Municipal". Allí conocí al hombre: calvicie incipiente, piel blanca europea con cierto predominio rojizo, alto de estatura (Redundo "de estatura" por que aún no conocía la altura de su cultura) y voz que desde entonces me convenció de su autoridad. Le adornaban unos anteojos de lentes grandes en montura plástica y gruesa, como se estilaba en esos años 60 y le acompañaba un cigarrillo President de filtro.

- Le presento a "Mano Pola", Alcalde de Pitalito y Gerente de Radio Sur.
Con su sonrisa habitualmente inquieta y ojillos de oriental, Darío Silva me presentó así al personaje: Héctor Polanía Sánchez. Acto seguido la terminó:
- Este es Jorge Chaparro, locutor de Radio Neiva, Radio Garzón, La Voz del Huila y Armonías del sur y bachiller como pocos locutores (Mas otros adornos).

Todavía no existía en Neiva Radio Colosal en donde Darío y yo trabajamos luego de una prolongada estadía en Radio Sur. Las emisoras que más se escuchaban en Pitalito eran Radio Neiva, especialmente por su noticiero Neiva al Día dirigido por otra de esas figuras poco repetibles en el medio, don Gustavo Hernández Riveros, y la musical y noticiosa "Aquí y en todas partes, Radio Santafé" desde Bogotá. Allí las escuchábamos en el viejo radio de ojiva catedralicia en el café de Chepe Peña. Radio Sur debía meterse en ese nicho que sin abusar de su asegurada audiencia por regionalismo, debía comenzar a marcar pautas de cultura popular. Cultura que ya estaba incrustando Manopola según sus gustos europeos en los laboyanos "círculos intelectuales".

- Vamos a la emisora, Chaparro. -Dijo mientras tomaba del escritorio su cigarrillo, que casi siempre estaba en la comisura de sus labios, y el "radio transistor" de aquellos tiempos y lejos de la miniaturización de estos días.

Desde entonces siempre fuí para don Héctor, "Chaparro" como si mi nombre no le existiera. Al llegar al andén del Palacio Municipal, mejor conocido como la Alcaldía, dos cosas me llamaron la atención: una, pequeños manojos de hierba verde aún crecían al borde del anden bastante alto; la otra, la vestimenta de obrero del señor alcalde pues calzaba botas tobilleras de gamuza con zuela plástica de las de "Raimundo y todo el mundo", mas pantalón de dril del color que llamaban caky y camisa gruesa de manga larga. Generalmente así enmarcaba su figura en el trajín diario.

El camino a la emisora no fue largo en cuyas dos cuadras cortas de recorrido urgó repetidamente el cemento fresco de la mezcla recién volcada y vibrada en la calle, como queriendo comprobar algo. Lo hacía con una vara a manera de bastón, que no necesitaba. Así supe el por qué de sus zapatos. Era un hombre de acción.
Al segundo piso de la emisora se llegaba por una escalera de madera en su sentido más primitivo, que conectaba el andén con la ventana que hacía las veces de puerta de entrada. Mas corto y breve: Se entraba por la ventana del segundo piso. Y al entrar, allí estaba lo que enmarcaría por el resto de mi vida, una de mis dos grandes pasiones. Una, ya feneció,pero la otra aún hoy permanece: LA EMISORA. Entenderá, entonces, el lector por qué de mi relato en esta fecha en que pocos recuerdan a don Héctor Polanía Sánchez.

A veces la historia es cruel por coincidente. Cruel en el sentido de que desgarra los acontecimientos que antes compartían la simbiosis de la unicidad. Darío Silva, de intelectualidad literaria, memoria prodigiosa y casi curtido hombre de radio; Don Héctor, de vasta cultura, político, internacionalista y extraodinario sentido común que le daba la autoridad de llamar "al pan pan y al vino vino"; y yo, cerrando la tripleta, con mis locos 25 años de edad y por loco totalmente independiente sin compromisos sentimentales ni familiares, dedicado a producir radio sin amilanarme frente a esas dos porras. En esa disparidad algo nos unía: el perfeccionismo. Ni una coma mal puesta, ni un minuto de adelanto, ni la mas mínima rayadura en un disco, ni... ni un adjetivo calificativo a un funcionario en una noticia "para después no tener que arrepentirse" según una de las máximas periodísticas de Don Héctor (¡Pero cuando no le pisaban los callos!).

Los destinos abrieron los caminos de Don Héctor, de Darío y el mío. Manopola salió de lo que él llamó su vida pastoril en el Valle de Laboyos saltando a la palestra política para emberracarse en el Senado cada vez que fuera menester; Darío Silva volvió a la radio en Neiva, llegó a la televisión colombiana y por aquellos birli birloques de la política no siempre santos le mamó gallo a la muerte y se convirtió en pastor cristiano. Y yo... Aquí me detengo y pienso. Es otra historia, muy larga historia que un día escribiré para que algún David Sánchez Juliao remede un novela casi al estilo del Tom Sawyer o Huckleberry Finn de Mark Twain. Eso ahora no importa.

Desde 1963 al 2001 pasaron 38 años en nuestra historia cuando nuevamente, ya pensionado, dirigía los destinos de Radio Sur en el cuarto piso de la entonces Clínica María Auxiliadora. Una nueva punzada hería con dolor los sentimientos de su hermana doña Fanny Polanía de Castro cuando en un día como éste primero de mayo en que escribo y un poco antes de esta hora de la tarde, un desgarrador grito de dolor ascendió desde la contigua casona en que don Héctor recreó su soledad entre libros, música, artesanías, cuadros y perros.

Jamás lo olvidaré. Alguien me lo dijo de inmediato desconectando mi cerebro por el impacto: "Mataron a Don Héctor". No hubo lágrimas, pero mi pecho vibró en espasmos contenidos.

Hoy, a mis 68 años de edad, aún escucho:
- "Vamos a la emisora, Chaparro"
En recuerdo de quien admiré en vida.

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