Gracias a la vida que me ha dado tanto..
Verso de la canción Gracias a la Vida que me dibuja en la mente a Mercedes Sosa y que jamás me imaginé fuera el himno a la vida de una suicida: la chilena Violeta del Carmen Parra Sandoval. Leyendo su biografía no se encuentra explicación del por qué de su determinación. Rescató el folclor chileno, triunfó en festivales y en programas de radio, recibió innumerables premios, condecoraciones y merecimientos como cantante, autora de canciones, libros de poemas, ceramista y pintora. Viajó por casi todo el mundo. Se dice que compuso más de tres mil canciones. “Gracias a la vida que me ha dado tanto…” y sin embargo en un 5 de febrero de 1987 a los 50 años de edad se quitó la vida de un disparo en la cabeza, dicen que tras varios intentos de suicidio. Sus biógrafos no se adentran en el por qué y hasta ocultan, algunos, la causa de su muerte. El que lo haya hecho de un disparo en la cabeza aparece en una biografía no autorizada en idioma Inglés.
“Aconsejo a cuantos sepan nadar que no intenten jamás suicidarse tirándose al mar. Durante diez horas me estuve peleando con las olas. Tragué una enormidad de agua y, sin saber cómo, de vez en cuando subía a la superficie; cuando tenga oportunidad, escribiré las sensaciones de un ahogado". Kostas Karyotakis, poeta griego, que formó parte de la llamada Generación Derrotada de entre guerras, así lo dejó escrito en nota que se le encontró en un bolsillo en la tarde en que se quitó la vida de un disparo en el corazón. La tarde de ese día 20 de julio de 1928 en que en la madrugada no pudo suicidarse por que las olas del Mediterráneo lo sacaban a la playa. Dos años mas tarde su amante María Poliduri, también poeta, se suicidó.
"Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán"
Estos versos premonitorios son de la escritora y poetisa argentina Alfonsina Storni Martignoni luego de la muerte por suicidio de su gran amigo el escritor, cuentista y dramaturgo uruguayo y maestro del cuento latinoamericano Horacio Quiroga. Así como Quiroga bebió cianuro a los 58 años de edad al enterarse de sufrir un cáncer gástrico, Alfonsina se adentró al mar hasta morir frente a la playa La Perla en Mar del Plata al sentirse sola y aquejada de cáncer. “Alfonsina y el mar” es la canción que por coincidencia también interpretó con éxito Mercedes Sosa. Otra canción inspirada en su suicidio, “Templo de agua”, lleva la coautoría del panameño Rubén Blades.
Se dice que el caso de Horacio Quiroga es de los más dramáticos, si cabe: se suicidó su padre, su padrastro, su esposa, su hijo, su hija, y uno de sus grandes amigos Leopoldo Lugones.
Ernest Miller Hemingway, escritor y periodista (En recientes documentos desclasificados de la CIA se le señala como agente de espionaje en Cuba) el 2 de julio de 1961 pone fin a su vida disparándose un tiro de escopeta. Sufría de insomnio, jaquecas y pérdidas de la memoria.
El listado de suicidas intelectuales entre escritores y poetas es aplastante si nos atenemos a lo recopilado por Vicente Mora y que se trascribe en el blog pan y verdura aunque no están todos, por su puesto. Recuerdo muy bien a José Asunción Silva por sus Nocturnos en mi época de estudiante, especialmente el nocturno aquel que aprendí junto a A solas:
“…Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas,
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban,
Y eran una,
Y eran una,
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga...”
Se quitó la vida de un disparo en el corazón a los treinta años de una vida marcada por fracasos comerciales y sentimentales, señalado por una sociedad bogotana que no comprendió su exquisita espiritualidad.
No puedo terminar esta deshilvanada recopilación, de por sí incompleta y que jamás imaginé fuera tan dramáticamente extensa, sin mencionar a la compatriota María Mercedes Carranza de quien Juan Manuel Roca, poeta colombiano, en Una semblanza contra el olvido dijo que “Un día de junio, María Mercedes Carranza decidió en un poema "asesinar algunas palabras". Pasó al paredón la palabra amistad por considerarla hereje y el vocablo amor por ilegible. Al final dejaba la palabra "yo", a la que le decretaba la pena capital de permanecer con ella hasta el final.”
Su final llegó el 11 de julio del 2003, a los 58 años, mediante una sobredosis de píldoras antidepresivas en su apartamento de Bogotá. Junto a su lecho de muerte se encontró un poema de su padre Eduardo Carranza: “Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós”. Breve reseña de la poetiza si da clic aquí.
Termino esta entrada citando los interrogantes que la muerte de poetas y escritores le surgen al periodista Francisco Ramírez en su blog El Periodista: ¿Por qué individuos sensibles como los artistas son a veces acorralados por la vida? ¿Qué lleva a un poeta a atentar irremediablemente contra sí mismo? ¿El poeta suicida es un incomprendido o es él quien no puede dialogar con su época?
"Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán"
Estos versos premonitorios son de la escritora y poetisa argentina Alfonsina Storni Martignoni luego de la muerte por suicidio de su gran amigo el escritor, cuentista y dramaturgo uruguayo y maestro del cuento latinoamericano Horacio Quiroga. Así como Quiroga bebió cianuro a los 58 años de edad al enterarse de sufrir un cáncer gástrico, Alfonsina se adentró al mar hasta morir frente a la playa La Perla en Mar del Plata al sentirse sola y aquejada de cáncer. “Alfonsina y el mar” es la canción que por coincidencia también interpretó con éxito Mercedes Sosa. Otra canción inspirada en su suicidio, “Templo de agua”, lleva la coautoría del panameño Rubén Blades.
Se dice que el caso de Horacio Quiroga es de los más dramáticos, si cabe: se suicidó su padre, su padrastro, su esposa, su hijo, su hija, y uno de sus grandes amigos Leopoldo Lugones.
Ernest Miller Hemingway, escritor y periodista (En recientes documentos desclasificados de la CIA se le señala como agente de espionaje en Cuba) el 2 de julio de 1961 pone fin a su vida disparándose un tiro de escopeta. Sufría de insomnio, jaquecas y pérdidas de la memoria.
El listado de suicidas intelectuales entre escritores y poetas es aplastante si nos atenemos a lo recopilado por Vicente Mora y que se trascribe en el blog pan y verdura aunque no están todos, por su puesto. Recuerdo muy bien a José Asunción Silva por sus Nocturnos en mi época de estudiante, especialmente el nocturno aquel que aprendí junto a A solas:
“…Y la luna llena
Por los cielos azulosos, infinitos y profundos esparcía su luz blanca,
Y tu sombra
Fina y lánguida,
Y mi sombra
Por los rayos de la luna proyectadas,
Sobre las arenas tristes
De la senda se juntaban,
Y eran una,
Y eran una,
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga
Y eran una sola sombra larga...”
Se quitó la vida de un disparo en el corazón a los treinta años de una vida marcada por fracasos comerciales y sentimentales, señalado por una sociedad bogotana que no comprendió su exquisita espiritualidad.
No puedo terminar esta deshilvanada recopilación, de por sí incompleta y que jamás imaginé fuera tan dramáticamente extensa, sin mencionar a la compatriota María Mercedes Carranza de quien Juan Manuel Roca, poeta colombiano, en Una semblanza contra el olvido dijo que “Un día de junio, María Mercedes Carranza decidió en un poema "asesinar algunas palabras". Pasó al paredón la palabra amistad por considerarla hereje y el vocablo amor por ilegible. Al final dejaba la palabra "yo", a la que le decretaba la pena capital de permanecer con ella hasta el final.”
Su final llegó el 11 de julio del 2003, a los 58 años, mediante una sobredosis de píldoras antidepresivas en su apartamento de Bogotá. Junto a su lecho de muerte se encontró un poema de su padre Eduardo Carranza: “Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós”. Breve reseña de la poetiza si da clic aquí.
Termino esta entrada citando los interrogantes que la muerte de poetas y escritores le surgen al periodista Francisco Ramírez en su blog El Periodista: ¿Por qué individuos sensibles como los artistas son a veces acorralados por la vida? ¿Qué lleva a un poeta a atentar irremediablemente contra sí mismo? ¿El poeta suicida es un incomprendido o es él quien no puede dialogar con su época?
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