jueves, 22 de mayo de 2008

Sin pene no hay paraiso

Me he reído de lo lindo leyendo en estos días el artículo de la revista Cambio que su autor tituló ¡Oh pene inmarcesible!. Me volví viejo, y como en el caso con las mujeres, parece que moriré sin conocerlas o conocerlo –el pene- en su totalidad. Porque efectivamente el articulista, quien hace un divertido recorrido a vuelo de “pájaro” del libro "Sin pene no hay gloria", del colombiano Roberto Palacio, nos revela datos interesantes y curiosos de nuestro “honorable miembro”.

Como el escrito en Cambio tiene sus estrictos derechos reservados en todo o en parte, trataré de no entrecomillar ni fusilar pero sí de contarle al lector que nuestro Pipí (Valga la mayúscula) desde niño se desarrolla en diferentes etapas, según su estado de ánimo, en donde la "cosa esa" recibe jocosos y populares nombres que nosotros bien conocemos y que no están resguardados por los derechos de autor

Desde el infantil, cariñoso y lindo Pipí hasta el equívoco y casi despreciativo Pájaro se pasa en vida por cuatro estadios, que solamente el filósofo de 42 años y en buena hora rescatador de la historia del Órgano (Otro nombre), clasifica como: morcilludo, erecto, tieso y reventón. ¿Que en qué se diferencia uno de otros? Que el lector compre el libro, lea en Cambio o haga esfuerzo mental por comparación o por experiencia. “Morcilludo…” ¿Cómo será eso? ¡Que alguna señora o no muy señora lo devele!

Nuestro muy querido Pene (¡Qué bien se ve con mayúscula!) tiene un inventario curioso de sobre-nombres que el autor recuerda y que bien sabemos: mondá, v****, pipí, po***, pájaro, miembro, órgano y otros tantos que Dios, en Colombia, en su bondad nos da. Cada uno de ellos desglosados en sus raíces y orígenes así como cualquier palabra en jacarandoso DRAE. Por ejemplo, vea usted, dizque el muy costeño Mondá (Se viste de etiqueta escrito así) viene de la expresión francesa ¡Mon Dieu! que al pronunciarse como “mondiú” degeneró en la costa colombiana en mondá. ¿Y qué tiene que ver tan religiosa expresión con tan escondido, vergonzoso y necesario apéndice cavernoso? Cuenta el autor que en siglos pasados las damas francesas que llegaban en barco a Cartagena veían a los negros esclavos descargar los bultos de mercancía de las naves, con esos cuerpos musculosos, desnudos y por su puesto con tamaña herramienta expuesta al canicular sol y a la refrescante brisa costeña. Puesta la vista allí en salva sea la parte sólo se atrevían a exclamar mirando de reojo y con cierta admiración: ¡Mon Dieu! Y de allí nació el folclórico apelativo que los costeños adoptaron y luego adornaron como la mondá peláa, muy lejos de ser una expresión vulgar.

Cada país, cada región, tiene sus maneras de nombrar a las cosas esas –como dicen las señoras recatadas. Cuenta el articulista de Cambio que –No violo los derechos de autor por que a mí también me lo contó una familiar residente en Chile- en el país austral al pene lo nombran como “pico” así como en Perú le dicen “pito”; y que al admirado triángulo de la mujer le dicen “placa”. Entonces cuál no sería la sorpresa de los chilenos cuando en la reunión con colombianos, los nuestros llegado el momento recordaron que “Llegó la hora del pico y placa”.

Pero nos desviamos del flácido y erecto tema. Lo cierto es que el libro va a ser un best seller, o el mejor vendido, como una deliciosa parodia a aquel titulado “Sin tetas no hay paraíso”. Hasta la próxima y que me perdonen si he ofendido alguna decencia.

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